Sentada, luz blanca y una nube dentro de la cual flotar, sin fiarse del autor, ni de los personajes, leer un cuento a cualquier hora de la madrugada, espacio en la pereza de cada palabra sin tiempo, imprimirse en el poro del papel, un terrón de huellas dentro de la escena.
El yo desdibujado en una noche de lluvia gruesa y un pulso que se tuerce con las cicatrices de una historia que ingresa por la grieta magnánima de la memoria.